martes, 25 de marzo de 2008

Michael Haneke para La Malacrianza

Descubrí a Michael Haneke cuando llegó a mis manos Funny Games, su película del 97.
La utilización de familia tradicional burguesa y sus invitados retorcidos me llevó a través los puntos de giro más inesperados e impactantes. Años de infancia y adolescencia llenos de estúpido cine gringo nunca me prepararon para semejante manejo del tiempo, de las situaciones o de la cercanía entre los personajes-actores y yo.
Así, me dediqué a alquilar/pedir prestado otro poco de su filmografía: Time of the Wolf, The piano teacher y Caché.
¡Demonios!.
Haneke es un austriaco nacido en 1942 que acarrea un sello de cine controversial, odiado por unos (¿se justifica la violencia en el arte?, preguntan), adorado por otros (¡por supuesto! partiendo de que no hace más que reflejar la sociedad retorcida en la que nos hemos convertido).
Lograr que su público se horrorice a punta de audio (y sin recurrir a música incidental, lo que se agradece enormemente, porque soy de las que creo que el sonido de la ‘normalidad’ puede asustar más) y conseguir que cualquiera entre en pánico viendo un televisor en vez de mostrarles una lluvia de balas, es un mérito que hace a Haneke un artista que merece un espacio en cualquier (o alguna, al menos la mía) lista de favoritos.
“I try to give back to violence that what it truly is: pain, injury to another”.
El director, en las pelis que he tenido el privilegio de observar (aún me quedan de tarea The Seventh Continent , Benny's Video, The Castle, Code Inconnu) respalda la violencia en lo que sería su tema de fondo: la incomunicación.
Mal de la sociedad (¿zoociedad?) moderna, es parte de cada uno de sus personajes, retratado en cada situación y gesto: se propaga en comunidades reconstruidas (por ejemplo Time of the Wolf), en jóvenes vanguardistas, en parejas modernas, en profesionales reprimidas.
“The question isn't "how do I show violence?" but rather "how do I show the spectator his position vis-à-vis violence and its representation?"
Haneke juega con nosotros, los que vemos: sabe que existimos, que estamos ahí. Apela directamente a nuestro pensamiento (parece que nos conoce), nos vacila, nos saluda, nos recuerda que lo que observamos no es siempre una realidad, o la realidad que creemos, nos saca de la película para asegurarse que no hemos olvidado que solamente estamos viendo una pantalla.
Hace pocos meses Haneke se dio el lujo de estrenar SU versión gringa de Funny Games. Remarco el SU porque me parece curioso que un director tenga la ventaja de volver a realizar su propia película (para Hollywood en este caso, Naomi Watts incluida), idéntica absolutamente, plano-por-plano con el fin de atrapar al público más comercial de la misma forma que capturó al europeo en su momento.
Se le ha increpado al director por esa decisión de rehacer una obra que ya fue exitosa y que originalmente fue creada lejos de las garras de Hollywood. La respuesta es que esa película siempre ha sido para los gringos: son quienes más se deben cuestionar acerca de la forma en que les ataca la violencia en su sociedad. Y con la violencia que atacan a otras sociedades también.
Así las cosas, repito: Michael Haneke es referencia obligatoria.

Les dejo acá la primera parte de una entrevista con este director