lunes, 22 de septiembre de 2008

El color del cielo, para La Malacrianza

A ver. ¿Qué se dice cuando una película nacional ha pasado más de un mes en la cartelera de cine nacional, y que, aunque es sacada a la fuerza de algún “mol” por las grandes distribuidoras y delegada en otro a la sala más horrible, sigue teniendo funciones a sala llena, con la fila del mismo tamaño que la que se hace para La Guerra de los Mundos?

No se dice nada porque no pasa. No ha pasado a menos de que esta película se llame El Cielo Rojo.

En las últimas semanas me he dedicado a expresarme bien de este largometraje dirigido por el costarricense Miguel Gómez, muy a pesar de las miradas esnobs de algunos de mis conocidos cinéfilos.

Desde donde lo veo, es la única película largometraje hecha en el territorio nacional que se ha producido con el objetivo de golpear un público meta definido (no para que le guste a la mamá, a la abuelita, a la novia y al sobrino, y al final por supuesto no le gusta a nadie) y ha obtenido excelentes resultados con ese público. Se han superado los 5 mil espectadores: jóvenes entre 15 y 25 años han sido quienes han llenado de carcajadas cada tanda.

Lejos de ser un dechado de virtudes, sus principales problemas radican en el manejo del aspecto técnico: bastante obvias las inconstancias a nivel de fotografía, sonido y diseño, que no tiene nada que ver con poco o grande presupuesto, como se dice a veces, simplemente no se maneja la técnica apropiadamente. No se utiliza un concepto único de realización, es más bien un estilo inconstante y sin rumbo. El guión, tipo “roadmovie”, tiene sus momentos de gracia, sin embargo los clichés para resolver situaciones, algunos diálogos “ñoños” y el final bien esperado hacen que se diste el calificarlo de excelente.

Así las cosas, ¿qué tiene el Cielo Rojo que me impresiona y logró atrapar a tanta gente que, ciertamente, no suele ir a ver cine nacional muy a menudo? Creo que es la primera vez que un costarricense se siente identificado y representado por personajes y situaciones en una pantalla cinematográfica. Sencillamente.

Su gran acierto, definitivamente, son los figurantes y gran parte de los diálogos. Las situaciones en las que se colocan son tan tan cercanas que no queda más que reírse y disfrutarlas. El razonamiento: de veras esa conversación la he tenido o la podría tener yo con mis compas. Sí, ellos cogen, fuman, se enamoran, sufren y dicen malas palabras de la misma forma que los de este lado de la pantalla. Es igual que en otras pelis, la diferencia es que en esta ocasión única, es en tico y en los lugares que conozco. No son los ‘otros’ en esta oportunidad los que hablan.

Yo solo vuelvo una y otra vez a darle mis respetos al Cielo Rojo. Porque, más allá de un asunto de masividad, de cuánta audiencia tenga la sala, es un asunto de identificación, del público sintiéndose como parte de algo, de una cultura, de una idiosincrasia. Y esto es, definitivamente, el reto para los futuros creadores de ficción en nuestro territorio: ¿alguien se descubre en lo que estoy contando?

Natalia Solórzano Vásquez

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